jueves, 14 de mayo de 2015

Venezuela, República Federal (IV)

Por Luis Manuel Aguana

Hace un tiempo atrás escribí una nota que titulé “La Institucionalidad: ¿Cómo se come eso?” (ver http://ticsddhh.blogspot.com/2012/01/la-institucionalidad-como-se-come-eso.html) donde expresaba lo difícil que era comunicar constructos complejos a la mayoría de la población; y que por el deplorable estado de la educación venezolana no solo difícilmente lee bien sino que además ha sido sometida a una suerte de lavado cerebral, a través de mensajes ideologizantes atiborrados de odio todos los días por el sistema de medios masivos del Estado.

Indicaba que en el caso de la institucionalidad la cosa era muy difícil ya que no es solo decir que hay que rescatarla, sino explicar que sin ella no se puede llegar a tener aquellas cosas que el común de la gente si comprende, porque es lo que más tiene cerca como problemas de vida, traducido en las necesidades tangibles que tiene y con las cuales juega la dirigencia política tradicional cuando buscan los votos.

Y si explicar que hay primero que rescatar la institucionalidad como requisito fundamental para conseguir poner a funcionar las cosas más sencillas del país, imagínense lo que significa explicar que además de eso, es necesario el cambio del sistema político que tenemos y del cual han vivido-y todavía viven- como sanguijuelas muchísimas generaciones políticas desde tiempos inmemoriales, y salir vivo del intento.

Y el cambio del sistema político pasa por establecer un nuevo sistema de reglas sobre cómo organizar la institucionalidad, porque no basta reconstruir una institución para que esta funcione si su existencia se desarrolla en un ambiente tóxico que la vuelve a deformar. Para muestra un botón: de que sirve poseer una excelente institución municipal si esta no es lo suficientemente autónoma para darle calidad de vida a los  habitantes de su jurisdicción, porque el sistema político en el cual se desenvuelve, establecida en el ordenamiento jurídico y constitucional, no se lo permite.

¿Qué sentido tiene elegir Alcaldes y Gobernadores si constitucionalmente los recursos que requieren para sus gobiernos locales no dependen de ellos sino de las prioridades que asigne el partido de gobierno de turno? ¿Qué sentido tiene que un oficial trabaje para mejorar su institución militar si al final de quien depende su ascenso y su calidad de vida no es de la institución que lo vio desarrollarse profesionalmente sino de la genuflexión ante el Presidente por el motivo político que sea? ¿Qué sentido tendría establecer de una vez por todas, una carrera judicial para los jueces sin la garantía que quienes lleguen a ocupar las más altas posiciones no sean objeto de negociaciones políticas, sujetos a llamadas telefónicas para cambiar decisiones en un Tribunal Supremo?

Y así sucesivamente se podrían citar innumerables ejemplos. Visto así, no solo tenemos el problema de la reconstrucción institucional sino el de la reconstrucción de algo sumamente más profundo y más estructural, que necesita ser comprendido a cabalidad en todos los niveles de la sociedad venezolana. A eso es lo que llamamos la reconstrucción del sistema político.

¿Y cómo se entiende eso? Nuestra propuesta fundamental y primer objetivo a conseguir en el Proyecto País Venezuela es desmontar la actual forma centralizada del Estado, estableciendo un Estado Federal Descentralizado en una nueva Constitución, y redefiniendo las instituciones dentro de esa nueva forma descentralizada de concebir la República (ver  http://proyectopaisviaconstituyente.blogspot.com/). Y vaya que esto ha sido difícil de explicar.

Algunos se preguntan en qué les beneficiaría tener ese nuevo sistema. Para responder eso, hagamos un ejercicio de imaginación política con un ejemplo de actualidad. Con el presente sistema, la actuación de los partidos políticos en las elecciones parlamentarias se centra en conseguir en cada Estado la mejor figuración electoral posible frente al resto de los adversarios políticos traducida en mas parlamentarios, que sumados todos a nivel nacional puedan ser fuerza suficiente para imponerse en el parlamento. Una vez allí, los Diputados electos de todos los Estados por el partido en cuestión, trabajan en bloque, a la marcación del partido, no del Estado que les dio su respaldo.

La lealtad entonces de esos Diputados no es para con los electores de su región, sino para con el partido que los puso allí para seguir “líneas” y negociar su voto en bloque  con las otras fracciones en función de los intereses que se manejen en un momento determinado. Esta situación no es nueva, es la forma en la cual operan los partidos de acuerdo al sistema político que tenemos en la actualidad. Por supuesto en cada región, los posibles candidatos se pelean a muerte por los puestos salidores y prometen cosas que no están al alcance de cumplir con tal de ser electos.

En un sistema Federal Descentralizado, las regiones serían autónomas y poseerían en un  Congreso Nacional una representación que deviene de su condición de región y otra en su condición de jurisdicción con habitantes. Se elegirían en el Estado los Diputados y Senadores, con las reglas que se hayan  establecido en su Constitución Regional, con sus propias instituciones electorales regionales, producto de una Constituyente Regional. Los partidos allí se matarían, ya no por elegir a quienes representen al partido de esa región particular sino para elegir dentro del Estado a quienes representarán a los habitantes de su región ante el Congreso Nacional. Diferente ¿verdad?

En ese estado de cosas, las personas que irían como representantes-Senadores y Diputados- del Congreso por un Estado, serían de diferentes partidos- nacionales y regionales- que se midieron en una región y que ya no irían a la capital en calidad de representantes de un partido sino de los ciudadanos de una región. Bajo ese nuevo sistema político, los partidos tendrían que organizarse de una manera diferente y con unos objetivos diferentes, más cónsonos con los intereses de los ciudadanos.

Al existir autonomía regional, cada Estado Federal defendería no solo el interés de su región como parte de un concierto de Estados Federales, sino tendría la responsabilidad de aportar al común una parte del producto de su trabajo y del desarrollo de su potencialidad regional. Eso implicaría un cambio radical en la institucionalidad del país, tanto del Estado regional como del Estado Federal. Ni decir que de ese desarrollo regional vivirían los habitantes de cada región de acuerdo con las propias potencialidades.

En ese nuevo estado de cosas, el movimiento de los factores de la producción (capital,  trabajo, conocimiento) se desplazaría de acuerdo a los polos de desarrollo regional y no sería más Caracas el centro desde el cual se “repartan” los beneficios. De la misma manera los factores políticos tendrían que buscar como acomodarse a esa nueva situación, haciendo realidad la descentralización del poder de acuerdo a ese nuevo sistema político.

Pero como ya indiqué, esto es solo un ejercicio de imaginación política. Imaginen todo lo que podríamos hacer si lo hacemos realidad, convirtiendo a Venezuela en una República Federal. Tenemos como ciudadanos el poder de hacerlo en una Asamblea Nacional Constituyente.

Caracas, 14 de Mayo de 2015

Twitter:@laguana

sábado, 2 de mayo de 2015

Venezuela, República Federal (III)

Por Luis Manuel Aguana

Quienes proponemos el Proyecto País Venezuela (http://proyectopaisviaconstituyente.blogspot.com/) hemos insistido que en el nuevo sistema político que debe regir en nuestro país, el Presidente de la Republica no debería cubrir tantas funciones como las que ahora tiene. Que el sistema que actualmente nos rige constitucionalmente debe ser modificado para limitar su poder y que este sea controlado; que el Presidente incluso pueda ser destituido de sus funciones si se extralimita o viola la Constitución.

En un país donde históricamente el poder ha sido administrado por una sola persona, el Presidente de la República, con una supremacía indiscutible sobre el resto de los Poderes Públicos, hablar de restarle funciones a esta suerte de Rey o caudillo que elegimos cada cierto tiempo, resulta un contrasentido cultural, por decir lo menos. Tenemos más de 200 años basando nuestro desarrollo en un solo sistema de gobernarnos. Le entregamos el Poder absoluto a una persona y esperamos de su liderazgo una conducción certera.

Pero años de tropezarnos en la misma piedra nos han demostrado que seguir por la senda de entregarle el futuro y las decisiones trascendentales de una sociedad a una sola persona, por más bien intencionada que ésta sea, en una época donde es imposible que alguien maneje solo las complejidades del mundo de hoy -sin contar con las debilidades que todos los seres humanos tenemos-, resulta poco menos que una estupidez. Eso nos lo acaban de demostrar más de 15 años de poder absoluto en las manos de un caudillo militar donde se dilapidó sin control alguno las mayores riquezas materiales que jamás esta nación ha tenido en su historia. Si este ejemplo no nos enseña que tenemos que cambiar el modelo de cómo gobernar a Venezuela, realmente nada lo hará…

Entonces, ¿cuál podría ser el sistema político, si no es el tradicional controlado por el Presidente de la República? Lejos de hacer aquí una disertación técnica de constitucionalistas y especialistas en ciencias políticas-que por lo demás no me corresponde-, mi intención como un simple ciudadano se limita a expresar una opinión con la idea de que los verdaderos especialistas den la suya y se inicie un debate. De allí nacen las soluciones.

Veamos: el sistema de gobierno que hemos tenido está basado en lo que los especialistas llaman "Presidencialismo", esto es, el Jefe de Estado, además de ostentar la representación formal del país, es también parte activa del poder ejecutivo, como Jefe de Gobierno, ejerciendo así una doble función, porque le corresponden facultades propias del Gobierno, siendo elegido de forma directa por los votantes y no por el Congreso o Parlamento” (ver Presidencialismo en http://es.wikipedia.org/wiki/Presidencialismo), en donde todo lo decide el Presidente de la República. La experiencia nos indica que ha sido imposible controlar a este funcionario una vez electo.

Luego de tantos golpes, a lógica también nos indica que debemos ir hacia un sistema, si no opuesto al que tenemos, al menos uno donde esa persona que elegimos esté sujeta a los controles más rígidos a fin de que no quiebre al país o que lo administre como su hacienda personal. ¿Eso es mucho pedir?

En el sistema Parlamentario, opuesto al sistema presidencial, la elección del gobierno (poder ejecutivo) emana del parlamento (poder legislativo) y es responsable políticamente ante éste. A esto se le conoce como principio de confianza política, en el sentido de que los poderes legislativo y ejecutivo están estrechamente vinculados, dependiendo el ejecutivo de la confianza del parlamento para subsistir. En sistemas parlamentarios el jefe de estado es diferente que el jefe de gobierno” (ver Parlamentarismo en http://es.wikipedia.org/wiki/Parlamentarismo#Dos_modelos_de_parlamentarismo).

En este sistema el gobierno lo decide el Parlamento y lo pone o lo quita de acuerdo a su desempeño. No se elije a un Presidente sino a un Parlamento que designa un gobierno con un Primer Ministro o Jefe de Gobierno de acuerdo a las fuerzas políticas electas. Este cambio de modelo se ha planteado en otros países latinoamericanos, como por ejemplo en Argentina (ver Jorge Liotti, Parlamentarismo vs. Presidencialismo ¿Cuál es el mejor modelo para Argentina? en http://www.lanacion.com.ar/913796-parlamentarismo-vs-presidencialismo-cual-es-el-mejor-modelo-para-la-argentina). Es una discusión vieja pero muy vigente y que debemos recoger para Venezuela en el debate de una nueva Constitución.

Si estamos planteando en el Proyecto País un Estado realmente Federal, es claro que los Estados deberán tener un peso fundamental en las relaciones de poder que se formularan cuando se les de constitucionalmente la representación parlamentaria en un Senado, que de acuerdo a nuestro planteamiento, iría mas allá de la simple figuración representativa, ya que los senadores en ese nuevo esquema si serían verdaderos embajadores de sus regiones en el parlamento, ejerciendo los controles debidos al Poder Ejecutivo.

De acuerdo a lo identificado convencionalmente, y en términos generales, se reconocen como ventajas y desventajas de ambos sistemas, las siguientes:

“Se reconocen como ventajas del sistema parlamentario:
  1. Mayor representación del conjunto social en la medida que las decisiones deben consensuarse en muchas ocasiones entre distintas facciones políticas representadas en el Parlamento.
  2. Mejor capacidad de respuesta frente a una crisis de gobierno en la medida que puede cambiar el poder ejecutivo adoptando la moción de censura.
  3. Mayor consenso en las decisiones se considera más la participación y el trabajo en equipo.
Se enfrentan como desventajas frente al Presidencialismo:
  1. Separación de poderes atenuada entre el ejecutivo y el legislativo.
  2. Excesiva vinculación del poder ejecutivo con el partido político mayoritario en el Parlamento, pudiendo derivar en partidocracia.
  3. Su forma más estable termina siendo el bipartidismo.
Tratando de recoger las ventajas de ambos sistemas y eludir sus desventajas se tiende a utilizar sistemas semipresidenciales” (ver Ventajas y desventajas de la república presidencialista en http://es.wikipedia.org/wiki/Presidencialismo#Ventajas_y_desventajas_de_la_rep.C3.BAblica_presidencialista).  

De acuerdo a estas características el sistema parlamentario es el que mejor se ajusta a una forma federal del Estado, resolviendo el control del Poder Ejecutivo al ser éste producto del Poder Legislativo.

Sin embargo, así como resuelve unos problemas crea otros. La elección en segundo grado del Jefe del Estado y Jefe de Gobierno deja sujeto al poder Ejecutivo a los arbitrios de las fuerzas políticas dominantes del parlamento, permitiendo que cualquier crisis haga bastante inestable al gobierno de turno. No obstante, eso podría considerarse un costo tolerable cuando miramos nuestra historia donde los gobiernos han desbancado nuestra economía sin control alguno.

Por otro lado no sería aceptable que en Venezuela no se elija de forma directa al Presidente de la República o Jefe del Estado. Pero si podría un Parlamento designar un Jefe de Gobierno o Primer Ministro. De esa forma se dispondría de un sano balance de poder entre el Parlamento y el Poder Ejecutivo. Este sistema mixto podría bien estudiarse para Venezuela considerando nuestra historia y costumbres republicanas pero corrigiendo los desbalances de poder que tanto han perjudicado a nuestro país.

Independientemente que ambos modelos tengan sus ventajas y desventajas, lo que sí es cierto es que al reconstruir la institucionalidad de Venezuela deberemos encontrar una fórmula capaz de controlar efectivamente a quienes detenten el poder, sin olvidar el peso histórico que los Presidentes han tenido en nuestra historia republicana. No será posible pasarnos un interruptor de la noche a la mañana en este asunto que puede resultar ser muy controversial. Pero lo que si podemos y debemos hacer es establecer límites contundentes a quienes al ejercer el poder absoluto, se corrompen absolutamente. Eso ya nos debe haber quedado muy claro como una experiencia que no debe volver a repetirse…

Caracas, 2 de Mayo de 2015

Twitter:@laguana