En nuestros actos es común encontrar evidencias del autoengaño y de la perversión en nuestra conducta.
Hola que tal mi
gente, Las evidencias nos delatan,
cada uno de nosotros tenemos detalles, llamémosle cualidades, virtudes, dones,
vicios, defectos o como quiera, a fin de cuentas son características del ser
humano, nada hasta ahí es novedad, tampoco lo es que nos gusta engañarnos, por
más cruda que sea nuestra realidad, muchos vivimos entre la ilusión y la
decepción.
Por
generaciones nos han formado en la expectativa de algo mejor, pero basado en la
esperanza, en la ilusión y no en la preparación o superación real; en casa o en
familia, abuelos y padres, alguna tía, madre, al menor tropiezo, enfermedad o
desgracia ocurrida, nos sentencian: “Ya verás que todo saldrá bien”, “tú
confía”, “siempre hay una luz al final del camino”, “no hay mal que por bien no
venga” y, cuanta palabrería posible.
Una
sola de esas oraciones causa sensación de alivio temporal mágico, ante la
mínima expresión de dolor, trauma o padecimiento, la sentencia llega como
acción terapéutica que mitiga el mal sufrido, pero no lo elimina, para ello,
será necesario enfrentar la cruda realidad y activar el verdadero sistema
inmunológico.
Dudo
mucho que exista evidencia científica de que una sentencia, por sí sola,
resuelva un mal. En cualquier caso, se trata de un autoengaño, muchos seres
preferimos vivir engañados, en vez de aceptar y enfrentar la realidad. Quizá
por cobardía, miedo, ignorancia o confort, nos negamos a reconocer un hecho
real, sus causas y efectos.
Esta
condición está presente en nuestra vida, nos pasa en todos los ámbitos, en el
hogar, en la escuela, en lo laboral, en lo profesional, en lo económico, en lo
social y ya no digamos en lo político o religioso, donde el abuso de las
sentencias es cotidiano. Diferente sería que cada hecho lo enfrentáramos con
realismo, con sentido lógico y no sólo basados en la ilusión y esperanza.
En nuestros actos es común encontrar evidencias del autoengaño y
de la perversión en nuestra conducta: el estudiante que copia en el examen y
cree engañar al maestro, el conductor del vehículo que ante la ausencia del policía
excede la velocidad permitida, el que goza la sensación de astucia por evitar
pagar una deuda, el que se brinca la fila para llegar más rápido, el que
trafica con la gasolina, él efectivo, el bachaquero, el que compra
productos pirata, el que finge estar enfermo para no trabajar, el que vende un
inmueble con vicios ocultos, vaya, hasta el que pone la mejor foto en redes
sociales o aquel que contesta: “estoy bien, gracias”, siendo que se lo está
llevando el diablo.
A
veces llega a tal grado, que creemos que podemos ganarle a la naturaleza. Si
llueve mucho y nos inundamos, los ciudadanos culpamos al gobierno o a los que
tiran basura; el gobierno a su vez dice que faltan recursos, que la basura tapa
cloacas y que llovió más de lo esperado, pero ambos hacemos poco por prevenir y
atender las causas reales del cambio climático.
Ha sido tal la normalización del autoengaño, que hasta mantras
tenemos. El mantra “la pegue” es la consumación del autoengaño, es el
reconocimiento de haber logrado algo con el mínimo o nulo esfuerzo; es el
premio dado por la divinidad para algunos, por la astucia, la suerte o el abuso
para otros, pero nunca por el esfuerzo leal y real. Así nos la pasamos, embromándonos los
unos a los otros, es la ley social no escrita más aplicada, es la más invocada
y para muchos —equivocados— la más justificada.
Mire,
si usted encontró algo familiar en este texto, le digo: no será posible salir
adelante en lo individual, como familia o como sociedad, si sustentamos
nuestros actos de vida solamente en la ilusión; tarde o temprano, la realidad
nos pone en el lugar que nos corresponde. Debemos dejar atrás el pensamiento
mágico y darle lugar al pensamiento lógico, ser conscientes de las causas y de
los efectos de nuestros actos. Nos quejamos de todo lo que nos pasa, le echamos
la culpa de todo a quien sea, cómodamente perdemos de vista que los
responsables de los males y de una mejor vida somos nosotros mismos.
@joseluismonroy
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