El populismo es un mal endémico de América Latina, pero tan viejo como la degeneración de la democracia griega que devino en demagogia.
Hola que tal mi
gente, entre los elementos comunes que tienen
los regímenes que hemos llamado populistas destaca lo siguiente: se apela al
Pueblo (siempre con mayúscula) como un ente único, orgánico y coherente que
tiene una sola voluntad que jamás se equivoca. Se define a partir de
antagonismos; las élites (políticas, económicas y/o sociales) que se enfrentan
al Pueblo y sólo parecen existir para fastidiarle. Anima a los regímenes
populistas la ambición de restituirle al Pueblo su suprema soberanía. Existe la
ilusión de que, una vez entendida su auténtica voluntad, implementada por el
mesías, todos los males pueden ser solucionados por sus virtudes y su voluntad.
El líder siempre tiene un papel principal, siervo del Pueblo.
Si bien en el siglo
pasado la mayoría de los gobiernos populistas y gobernantes mesiánicos parecían
ser un fenómeno esencial —pero no exclusivamente— latinoamericano, el siglo XXI
nos ofrece amplia evidencia de la aparición del (neo)populismo en países
europeos, lo mismo en donde pensábamos que las democracias consolidadas no
podrían verse amenazadas por nada, por ejemplo Gran Bretaña, así como en países
que fueron icónicos para estudiar la Tercera Ola de la Democratización, tales
como España.
Ideológicamente
podemos caracterizar ciertos populismos por sus postulados de izquierda, aunque
ahora parece que la mayoría se han cargado a la derecha y extrema derecha.
El lenguaje populista
apela a las emociones, exacerba las pulsiones nacionalistas, niega el
pluralismo, la verdad es una, el Pueblo es uno, la voluntad popular
indivisible, y el líder mesiánico, cuya superioridad moral es indiscutible,
ofrece al Pueblo la recuperación de un pasado glorioso o, en su defecto, el
arribo a un futuro paradisiaco jamás antes conocido.
El corazón antidemocrático
de líderes y regímenes populistas está en el desconocimiento del pluralismo
social y en la negación de la política como la arena del conflicto de múltiples
intereses y visiones en pugna.
El populismo siempre
tiene algo de cristología, la verdad es única y el salvador es un iluminado que
camina por encima de los múltiples males que asedian al Pueblo, aves que cruzan
el pantano y no manchan su plumaje. Los malos son el imperialismo, los
migrantes, la globalización, el europeísmo, las otras religiones, el sector
financiero nacional o internacional, las élites políticas, la corrupción de
esas élites perversas y traidoras. Siempre los otros.
El populismo es un mal endémico de América
Latina, pero tan viejo como la degeneración de la democracia griega que devino
en demagogia. Retomemos a Aristóteles y recordemos que la demagogia termina
cuando las élites se unen para remover al demagogo que sabe hablar, pero no
necesariamente tiene idea de cómo gobernar.
Se nombra a Theodore
Roosevelt, de Estados Unidos; Getúlio Vargas, de Brasil; Juan Perón, de
Argentina; cruzando el océano Atlántico y transitando varias décadas están el
italiano Berlusconi, el francés y la francesa Le Pen y Christoph Blocher, de
Suiza, entre otros.
¿Podría Aparecer Venezuela en los estudios del caso? Sí, por
supuesto, por aquí pasó uno que se transformo en el más grande de todos los
populistas, y que defraudo a millones que hoy sufren la peor de las crisis jamás
vistas en nuestro país.
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