Por Luis Manuel Aguana
Debo
confesar que soy uno de esos compañeros de lucha que menciona el Dr. Jesus
Petit Da Costa a los cuales creyó haber convencido de lo que él llama un “error
funesto” de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente como salida a la
crisis a la que nos ha llevado este desgobierno (ver Primero tomar el Poder y
después convocar la Constituyente http://jesuspetitdacosta.blogspot.com/2014/05/primero-tomar-el-poder-y-despues.html).
En realidad hemos intercambiado mucho en relación a esto, y ya que esta
discusión ha salido a la luz pública considero importante asumirla de la misma
forma ya que somos todos los venezolanos los que estamos metidos en este
problema.
Si bien
que lo que indica el Dr. Petit Da Costa es rigurosamente es cierto e histórico,
ello no necesariamente implica que ese sea el camino por el que debamos
transitar los venezolanos. El pasado no tiene porque condicionar el futuro. Ni
menos en esta época de cambios trascendentales. Es solo una referencia muy
importante, pero solo eso, una referencia.
Tal y
como lo menciona el Dr. Petit en su nota, las Constituciones que se han
realizado en nuestra historia contemporánea han sido el producto de la
legitimación que hacen los vencedores a su nuevo régimen. Y léase bien, porque
siempre ha sido así, como lo dice el Dr. Petit: “se convoca la Constituyente para que redacte una Constitución que
legitime el nuevo régimen y establezca el nuevo sistema político-jurídico, tal
como lo conciben los que han tomado el poder”.
Nunca
hemos tenido, salvo tal vez la Constitución de 1961, una Carta Magna que acuñe
lo que una mayoría desea, sino lo que la minoría que tomo el poder decide. El
consenso del Pacto de Punto Fijo dio cuenta de unas bases lo suficientemente
amplias para lograr una estabilidad política de 40 años. Entonces todo está en cómo
concebimos el para qué de una Constitución. Y creo que esta discusión descubre
dos maneras de concebir el asunto, ambas muy validas pero muy diferentes en su
esencia.
La
primera de ellas, que sustentan personas muy calificadas en el ámbito jurídico y
político, esgrime que las constituyentes son para eso, para legitimar una
situación de facto, porque está claro que para remover a un gobierno-en este
caso ilegitimo-, hace falta la fuerza. Y como una remoción de esa naturaleza no
está de ninguna manera establecida en el orden jurídico, es necesario legitimarla
luego de aplicada esa fuerza, no importa la esencia del instrumento
Constitucional, siempre y cuando este garantice la legalidad de los nuevos
gobernantes.
Tal vez
en el caso actual se pueda justificar el uso de esa fuerza de una manera legítima
ya que existe en la Constitución (Art. 328) una Institución encargada de defender
la soberanía y velar porque la Constitución se cumpla y que debería actuar. En
ese caso no soy yo la persona más indicada para opinar de esa Institución y lo
que sus integrantes hagan o puedan hacer, ya que cada ciudadano en su propia
condición, civil o militar, hace lo que mejor puede en estos tiempos aciagos
para buscarle salidas a esta tragedia. En mi caso y en el caso del resto de la
Sociedad Civil, la única arma posible es la Constitución vigente.
El uso
de la Constitución para legitimar gobiernos ha sido el caso histórico clásico que
siempre se dio en Venezuela porque su clase dirigente no podía poner en manos
del pueblo esa decisión. Un pueblo analfabeta y en estado de necesidad no podía
entender los intríngulis del poder. Debía ser dirigido y como consecuencia tendría
aceptar lo que sus gobernantes dispusieran como lo mejor para ellos. Un pueblo
en pantalones cortos, pues.
De esa
manera se repitieron en su esencia 26 Constituciones. No fue importante que en
1811 se reunieran las 7 Provincias-las 7 estrellas, ¿recuerdan?-, para declarar
la Independencia y hacer la primera Constitución, ni que el fundamento de esa
convocatoria fuera Federal, para que el poder siempre se manejara
centralizadamente.
De esa
manera, los cambios Constitucionales en el transcurso del tiempo fueron faciales.
Nunca se modificó la estructura centralizada fundamental del gobierno, lo que
se llama en gerencia “el core business”. Una Hacienda Publica manejada por un
Rey-Presidente en Caracas a su antojo, con el control de la vida y la muerte de
las provincias era demasiado cuento. Y cuando se descubre la riqueza petrolera,
menos aun se soltó ese control ¡Demasiado dinero! Cualquiera que se hiciera con
el gobierno, con una chequera infinita a su entera disposición, fabricaba-y
todavía fabrica-, ricos y pobres a voluntad, incluyendo de primera mano a los mismos
gobernantes. ¿Quién entonces en su sano juicio iba a cambiar eso? Nadie.
La
Constitución de 1999 fue la tapa del frasco en esa conceptualización
centralizada del poder que resulta un paraíso si el gobierno es comunista. Es
por eso que esa escuela de pensamiento aún perdura: se cambia el gobierno y se
legaliza después con una nueva Constitución. Paso en 1945, luego en 1952, en 1958-la
mejorcita-, y más recientemente en 1999 cuando Chávez hizo la suya a su antojo,
con 125 Constituyentes de 131 con solo el 52% de los votos, planeados desde sus
propias Bases Comiciales.
Mis discusiones
con los amigos se basan en que debemos darle un giro a esta situación
perniciosa. Que debemos primero pensar el país que queremos y discutirlo para
plasmarlo en una Constitución con todos los controles y garantías, porque tengo
la firme creencia que en Venezuela el pueblo ya tiene los pantalones largos. Que
si para algo sirvieron estos 40 años que nos dio la democracia fue para elevar
el nivel de discusión de la población.
Que
tenemos, aun con todas las deficiencias, las universidades llenas de gente ávida
por aprender. Que no somos el pueblo de 1945 ni mucho menos el del siglo XIX. Y
lo que es más importante, no podemos seguir la secuela de Constituciones
centralistas del “quítate tu pa’ponerme yo” que han evaporado el pan de las
provincias, cercenando su derecho a desarrollarse regionalmente. Ya basta…y por
eso el grito de la Rebelión de las Regiones.
En lo
personal no recomiendo indicarle a los jóvenes del Siglo XXI, que leen, que están
hiperconectados, que saben más que todos los viejos juntos, que se siga
haciendo lo que siempre se hizo con las Constituciones y esperar que su futuro les
cambie, lo que es en esencia, como indicó Einstein, la definición de locura.
Plantear
una Constituyente antes de que ocurra el desplome del régimen es la segunda
manera de concebir el problema. Y nótese que no lo concebimos como una vía para
tomar el poder como señala la nota del Dr. Petit, sino para redefinirlo. El Constituyente
de 1999 dejo las puertas abiertas para convocar una ANC. ¿Qué el régimen
comunista no permitirá su cambio por esa vía? Es posible, porque esa gente es
como las langostas. Pero de que se tendrán que enfrentar a esa posibilidad es
una realidad cada vez más tangible, no solo porque es constitucional sino
porque la realidad los obligará en las calles. Si se hace después, esa Constituyente
probablemente será el pasto del vencedor, repitiendo de nuevo el ciclo
interminable que todavía nos tiene sin levantar la mirada a la modernidad del
planeta.
Pero si
se hace antes habrá entonces una diferencia. Los venezolanos habremos definido
y discutido previamente el país que queremos que se plasme en esa Constitución,
llevándola a una Asamblea Nacional Constituyente para su correspondiente aprobación.
No sería de nuevo una Constitución para legitimar “el nuevo régimen de los que
han tomado el poder”, sino un Pacto duradero que le de desarrollo al país y
esperanza a su juventud.
Caracas, 13
de Mayo de 2014
Email: luismanuel.aguana@gmail.com
Twitter:@laguana
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