martes, 13 de mayo de 2014

Constituyente: ¿antes o después?


Por Luis Manuel Aguana

Debo confesar que soy uno de esos compañeros de lucha que menciona el Dr. Jesus Petit Da Costa a los cuales creyó haber convencido de lo que él llama un “error funesto” de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente como salida a la crisis a la que nos ha llevado este desgobierno (ver Primero tomar el Poder y después convocar la Constituyente http://jesuspetitdacosta.blogspot.com/2014/05/primero-tomar-el-poder-y-despues.html). En realidad hemos intercambiado mucho en relación a esto, y ya que esta discusión ha salido a la luz pública considero importante asumirla de la misma forma ya que somos todos los venezolanos los que estamos metidos en este problema.

Si bien que lo que indica el Dr. Petit Da Costa es rigurosamente es cierto e histórico, ello no necesariamente implica que ese sea el camino por el que debamos transitar los venezolanos. El pasado no tiene porque condicionar el futuro. Ni menos en esta época de cambios trascendentales. Es solo una referencia muy importante, pero solo eso, una referencia.

Tal y como lo menciona el Dr. Petit en su nota, las Constituciones que se han realizado en nuestra historia contemporánea han sido el producto de la legitimación que hacen los vencedores a su nuevo régimen. Y léase bien, porque siempre ha sido así, como lo dice el Dr. Petit: “se convoca la Constituyente para que redacte una Constitución que legitime el nuevo régimen y establezca el nuevo sistema político-jurídico, tal como lo conciben los que han tomado el poder”.

Nunca hemos tenido, salvo tal vez la Constitución de 1961, una Carta Magna que acuñe lo que una mayoría desea, sino lo que la minoría que tomo el poder decide. El consenso del Pacto de Punto Fijo dio cuenta de unas bases lo suficientemente amplias para lograr una estabilidad política de 40 años. Entonces todo está en cómo concebimos el para qué de una Constitución. Y creo que esta discusión descubre dos maneras de concebir el asunto, ambas muy validas pero muy diferentes en su esencia.

La primera de ellas, que sustentan personas muy calificadas en el ámbito jurídico y político, esgrime que las constituyentes son para eso, para legitimar una situación de facto, porque está claro que para remover a un gobierno-en este caso ilegitimo-, hace falta la fuerza. Y como una remoción de esa naturaleza no está de ninguna manera establecida en el orden jurídico, es necesario legitimarla luego de aplicada esa fuerza, no importa la esencia del instrumento Constitucional, siempre y cuando este garantice la legalidad de los nuevos gobernantes.

Tal vez en el caso actual se pueda justificar el uso de esa fuerza de una manera legítima ya que existe en la Constitución (Art. 328) una Institución encargada de defender la soberanía y velar porque la Constitución se cumpla y que debería actuar. En ese caso no soy yo la persona más indicada para opinar de esa Institución y lo que sus integrantes hagan o puedan hacer, ya que cada ciudadano en su propia condición, civil o militar, hace lo que mejor puede en estos tiempos aciagos para buscarle salidas a esta tragedia. En mi caso y en el caso del resto de la Sociedad Civil, la única arma posible es la Constitución vigente.

El uso de la Constitución para legitimar gobiernos ha sido el caso histórico clásico que siempre se dio en Venezuela porque su clase dirigente no podía poner en manos del pueblo esa decisión. Un pueblo analfabeta y en estado de necesidad no podía entender los intríngulis del poder. Debía ser dirigido y como consecuencia tendría aceptar lo que sus gobernantes dispusieran como lo mejor para ellos. Un pueblo en pantalones cortos, pues.

De esa manera se repitieron en su esencia 26 Constituciones. No fue importante que en 1811 se reunieran las 7 Provincias-las 7 estrellas, ¿recuerdan?-, para declarar la Independencia y hacer la primera Constitución, ni que el fundamento de esa convocatoria fuera Federal, para que el poder siempre se manejara centralizadamente.

De esa manera, los cambios Constitucionales en el transcurso del tiempo fueron faciales. Nunca se modificó la estructura centralizada fundamental del gobierno, lo que se llama en gerencia “el core business”. Una Hacienda Publica manejada por un Rey-Presidente en Caracas a su antojo, con el control de la vida y la muerte de las provincias era demasiado cuento. Y cuando se descubre la riqueza petrolera, menos aun se soltó ese control ¡Demasiado dinero! Cualquiera que se hiciera con el gobierno, con una chequera infinita a su entera disposición, fabricaba-y todavía fabrica-, ricos y pobres a voluntad, incluyendo de primera mano a los mismos gobernantes. ¿Quién entonces en su sano juicio iba a cambiar eso? Nadie.

La Constitución de 1999 fue la tapa del frasco en esa conceptualización centralizada del poder que resulta un paraíso si el gobierno es comunista. Es por eso que esa escuela de pensamiento aún perdura: se cambia el gobierno y se legaliza después con una nueva Constitución. Paso en 1945, luego en 1952, en 1958-la mejorcita-, y más recientemente en 1999 cuando Chávez hizo la suya a su antojo, con 125 Constituyentes de 131 con solo el 52% de los votos, planeados desde sus propias Bases Comiciales.

Mis discusiones con los amigos se basan en que debemos darle un giro a esta situación perniciosa. Que debemos primero pensar el país que queremos y discutirlo para plasmarlo en una Constitución con todos los controles y garantías, porque tengo la firme creencia que en Venezuela el pueblo ya tiene los pantalones largos. Que si para algo sirvieron estos 40 años que nos dio la democracia fue para elevar el nivel de discusión de la población.

Que tenemos, aun con todas las deficiencias, las universidades llenas de gente ávida por aprender. Que no somos el pueblo de 1945 ni mucho menos el del siglo XIX. Y lo que es más importante, no podemos seguir la secuela de Constituciones centralistas del “quítate tu pa’ponerme yo” que han evaporado el pan de las provincias, cercenando su derecho a desarrollarse regionalmente. Ya basta…y por eso el grito de la Rebelión de las Regiones.

En lo personal no recomiendo indicarle a los jóvenes del Siglo XXI, que leen, que están hiperconectados, que saben más que todos los viejos juntos, que se siga haciendo lo que siempre se hizo con las Constituciones y esperar que su futuro les cambie, lo que es en esencia, como indicó Einstein, la definición de locura.

Plantear una Constituyente antes de que ocurra el desplome del régimen es la segunda manera de concebir el problema. Y nótese que no lo concebimos como una vía para tomar el poder como señala la nota del Dr. Petit, sino para redefinirlo. El Constituyente de 1999 dejo las puertas abiertas para convocar una ANC. ¿Qué el régimen comunista no permitirá su cambio por esa vía? Es posible, porque esa gente es como las langostas. Pero de que se tendrán que enfrentar a esa posibilidad es una realidad cada vez más tangible, no solo porque es constitucional sino porque la realidad los obligará en las calles. Si se hace después, esa Constituyente probablemente será el pasto del vencedor, repitiendo de nuevo el ciclo interminable que todavía nos tiene sin levantar la mirada a la modernidad del planeta.

Pero si se hace antes habrá entonces una diferencia. Los venezolanos habremos definido y discutido previamente el país que queremos que se plasme en esa Constitución, llevándola a una Asamblea Nacional Constituyente para su correspondiente aprobación. No sería de nuevo una Constitución para legitimar “el nuevo régimen de los que han tomado el poder”, sino un Pacto duradero que le de desarrollo al país y esperanza a su juventud.

Caracas, 13 de Mayo de 2014

Twitter:@laguana

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