Por Rafael Grooscors Caballero
En los últimos días del año pasado,
casi llegando al primero del año en curso, Luis Vicente León, entre otros, se
preguntaba qué podía o qué debía hacer la oposición ante la sistemática y
organizada violación de los derechos humanos y constitucionales, perpetrados
recientemente y una vez más, por el gobierno “bolivariano”, con el propósito de
profundizar su control sobre el poder “fáctico” y garantizarse la continuidad
de la “revolución”, con sus acólitos “atornillados” en los altos mandos de tal
gobierno, evidentemente ilegítimo.
Coincidencialmente, en la misma
fecha, otro importante analista político, Fernando Ochoa Antich, hablaba de la
ininterrumpida sucesión de Constituciones del siglo pasado, promulgadas por el
régimen nefasto del General Juan Vicente Gómez, destinadas, fundamentalmente, a
consagrar el “estado centralista” y echar por tierra las aspiraciones
autonómicas que alentó la “guerra larga”, la Guerra Federal, a mitad del Siglo
XIX.
Ambos finos articulistas concluyen,
respondiendo sus propias interrogantes, que hay que insistir en una “unidad”
opositora, para, por una u otra vía, “volver” a los días espléndidos de la Primera
República democrática, reinaugurados el 23 de Enero de 1958, como necesaria
prolongación histórica de la “Revolución de Octubre” de 1945.
Todos, aún animados de los mejores y
más honestos propósitos, se olvidan de la Venezuela “real”, de la “otra” Venezuela,
donde vive no la mayoría, sino nada menos que el 85% de los venezolanos, lejos
de Caracas, la cuna del Libertador, pero eje fundamental del centralismo y
cuartel principal donde el petróleo ejerce lo más impúdico de su codicia
improductiva.
Porque, insistimos, esa Venezuela
que vibra en Guayana, que asiste a las ferias productivas en Los Andes, que
amanece trabajando en el Llano, que vigila las reservas mineras en oriente y en
occidente, que hace y soporta la economía del país, luce olvidada por los
líderes que se disputan, en la Capital, los senderos y las herramientas para
alcanzar el Poder. Una Venezuela acorralada, silenciada, sometida y usurpada.
Lógicamente, “esa” Venezuela por
cuyo Poder se “alistan” los abanderados del gobierno y de la oposición, es la
que presta las multitudes que acuden a las marchas y la que sirve de asiento
para el hacer de los grandes medios de comunicación, como para que la llamen
“el centro de la Opinión Pública”. Y “esa” Venezuela, para el país, aporta muy
poco, por no decir nada, a su economía. No produce. Consume energía. Consume
agua. Consume de todo, sin producir nada. Administra lo que la “otra” Venezuela
produce y como si fuera un “gran propietario” del país, sirve a los demás, como
en migajas, a través de una figura llamada “situado constitucional”, lo que
supone le corresponde a los “pobres” Estados del titulado “interior del país”,
donde se afanan por sobrevivir los venezolanos que realmente producen para
Venezuela. ¿Es o no es una gran contradicción política, sobre la cual casi
nadie hace referencia en sus análisis?
No es el momento para pensar en qué
hubiera ocurrido si a finales del Siglo XIX, se hubiese entendido, cabalmente,
para qué se dio y se ganó la Guerra Federal. Tampoco es la hora para averiguar
lo que ya se olvidó de los “Estados Unidos de Venezuela”. Lo que queremos
hacerle ver a los políticos en ejercicio, es que la gran Venezuela está mucho
más allá de Paracotos y de Antímano y que es a ella, en el mejor de los casos,
a quien le corresponde presionar para alcanzar el futuro que el país se merece.
¿Cómo burlar a los “gendarmes” de
las instituciones públicas, secuestradas en Caracas? ¿Cómo poner a funcionar,
en ejercicio, los derechos de los venezolanos productivos, del “interior”?
¿Cómo abrirnos al debate público, tratar las cuestiones fundamentales,
atinentes al bienestar de más de Veinte y Cinco Millones de venezolanos,
puestos de una vez a gritar, voz en cuello, sus aspiraciones y sus deseos de
luchar por Venezuela? ¿Cómo?
Trasladando la Opinión Pública a los
Veinte y Tres Estados de la geografía territorial; ubicándola en los centros de
producción; poniendo a figurar en un primer nivel de conducta nacional, a los
venezolanos que producen la energía, el agua y todo lo demás que se consume en
Caracas. Dándoles los derechos que les han usurpado a quienes no sólo pueden
presionar para cambiar un gobierno y transformarlo en otro, verdaderamente
representativo, federal, institucionalmente organizado de modo democrático,
sino quienes son los únicos que pueden cambiar el rostro de la economía del
país, explotando sus ingentes posibilidades agropecuarias, piscícolas y
mineras, para colocar a Venezuela en los mercados mundiales, sin depender de
los vaivenes acomodaticios del petróleo, como mono-producto de una economía en
crisis. Rebelando a las regiones y permitiendo la revisión histórica que
consolide, en verdad, el triunfo de la Federación. Rompiendo el mito de “la
Capital” que lo puede todo. Acabando con el centralismo. Dándole autonomía
productiva a los Estados y comenzando a pensar en otro lenguaje de ideas, muy
distinto al que anidó en la brillantez del genio de muchos de los grandes
pensadores extranjeros de siglos anteriores al presente. Pensando en Venezuela
con pasión venezolana. Reivindicando al Orinoco. Poniendo los ojos en el Delta
y en Amazonas. Allí está el futuro. Sacando a la gente a las calles en San
Cristóbal, en Cumaná, en Calabozo, en San Félix, en San Fernando de Apure, en
Cabimas y en Maracaibo. Pidiéndole a Caracas que entienda que su rol, en los
nuevos tiempos, como Capital en un nuevo Estado Federal, es de mucha mayor
trascendencia e importancia que el que hoy desempeña equivocadamente. Que sea
sede de un Parlamento Federal, desde donde se lleven las riendas del Poder con
participación preferente de las Regiones verdaderamente productivas. Que
comprenda y que comprendamos todos, que las Regiones son Venezuela y que las
Regiones han decidido Rebelarse para salvar a Venezuela.
No planteamos una Rebelión armada ni
un “guarimbeo” nacional. Lo que proponemos es una reacción inteligente, que
haga estremecer a toda Venezuela y que demuestre que llegó la hora, al fin,
para cambiar la historia. Que hay que volver a ganar la Guerra Federal para
imponer un régimen autonómico, esencialmente productivo y auto-gestionado. Una
Guerra Federal distinta, en la era de la informática, la digitalización, la
sociedad del saber y del conocimiento. Una Guerra Federal del Siglo XXI. Todo,
creando los climas de opinión necesarios, en el “interior”, para desconocer
moralmente la ilegítima “autoridad” de Caracas y convocar los Referéndum que
hagan falta para abrirnos a un nuevo capítulo que no repetirá ninguno de nuestros
fracasos anteriores. Venezuela será otra y sobre su engrandecimiento no sólo
hablaremos nosotros; lo proclamará el mundo entero y lo celebrará toda la
humanidad. ¡Feliz Año, compatriotas!
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