La
improvisación comienza por confundir y desconocer los conceptos básicos de cómo
funciona políticamente una sociedad civil. Nuestros políticos creen que cuando
las masas poseen muy poca cultura política, o cuando se cree que éstas no saben
lo que quieren, tienen que ser acaudillados por seres superiores verdaderos
engendros galácticos de virtudes, cuasi dioses del Olimpo. Nunca se han informado que aun en caso de sociedades con
poca cultura política, éstas no pueden ser conducidas a mostrar sumisión a un caudillo, puesto que sumisión significa,
precisamente, la destrucción del concepto de sociedad civil para convertirla en
una sociedad de borregos, alejándose así del papel primordial de constituirse
en el balance ético en el ejercicio de la política. Se puede esperar que las sociedades civiles
con poca cultura política puedan estar dispersas en algunos de los conceptos
políticos que los llevan a interpretar las nociones de cómo alcanzar el
bienestar social, pero hoy está bien claro que nadie puede están por encima de
ellas para asumir ese papel en su representación. O como expresa Jurgen
Habermas (¿cuantos de nuestros políticos saben de su existencia?), “Ninguna
autoridad colectiva limita el ámbito individual de enjuiciamiento, nadie
mediatiza la competencia enjuiciadora de cada individuo”.
La
improvisación se acentúa al no entender que de acuerdo al concepto expresado en
el párrafo anterior, el liderazgo político consiste precisamente en crear un
vínculo de acción comunicativa con la sociedad civil para interpretar sus
necesidades y guiarla en su papel de rector moral, para conducirla como líderes
y servidores públicos.
La
improvisación toma visos transcendentales cuando las ambiciones de nuestros
políticos históricamente se han formado bajo la idea que, entre mayor sea el
poder y la centralización del Estado, mayores serán los beneficios para ellos y
sus gobernados. Y así generan tales ambigüedades como creer que para hacer
justicia social deben ocupar todos los espacios de emprendimiento porque las
iniciativas individuales, realizadas desde la sociedad civil, están condenadas
a favorecer a unos pocos que en algún momento desafiaran y cuestionaran ese
poder. Olvidan que el Estado debe tener como prioridad la justicia, la
educación, la salud y los servicios públicos. Ambigüedades tales como dejar
totalmente indefinidas las áreas de competencia, a los niveles de autoridades nacionales
o regionales, para mantener desinformada
a la opinión pública. O “sistemas para hacer justicia burocratizados” que conceden
“autoridad” a seres sin instrucción para que definan “penalidades” porque los
ciudadanos (presuntos culpables) no presenten evidencias para probar su
inocencia.
Pero
que más improvisación que los sistemas de defensa de la soberanía territorial
por fuerzas armadas que consume ingentes recursos para conformar castas de una
sociedad militar aburguesada que casi siempre termina convertida en una amenaza
a los valores cívicos de una democracia pluralista moderna. Históricamente
nunca hemos sido amenazados por enemigos externos, salvo algunas escaramuzas
aisladas y nunca, a Dios gracias, ha habido una guerra con un enemigo externo.
Pero son sobrados los casos de personajes del alto grado militar quienes crean
obstáculos para el desarrollo de una sociedad democrática moderna, auspiciados
por su mente militarista, colmo de la improvisación política. Hoy existen casos
de naciones con alto grado de desarrollo donde el rol de la defensa de la
soberanía territorial ha sido replanteado como una responsabilidad de los
ciudadanos bajo conceptos modernos. Ejemplo de esas naciones son Japón,
Alemania, Suiza y Costa Rica en nuestra América Latina.
Los
venezolanos debemos hacer un examen de nuestra conciencia política y determinar
si debemos continuar bajo tanta
improvisación, la cual ha sido la causante de encontrarnos hoy sumidos en el
desconcierto. Repensar una república moderna, conducida por nosotros los
ciudadanos, con líderes políticos bien formados, como servidores públicos, y no
como caza recompensas del erario público, es una realidad histórica. Y pronto
llegará el momento en que la crisis actual hará mella en el estómago de los más
pobres y exigiremos un cambio de rumbo. O comenzamos la tarea, largamente
pospuesta, de reconstituimos bajo una sociedad moderna liderada por la sociedad
civil o seguimos como estamos, corriendo el grave riesgo de quedarnos rezagados
en la historia, esperando por un nuevo caudillo redentor con un título de
Doctor, o una cachucha militar, o lo que es peor, un izquierdista resentido.
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